Había una vez un príncipe que quería casarse con una verdadera princesa de sangre azul, muy difícil de encontrar en estos tiempos, era mucho más difícil de lo que se pensaba. Las princesas abundaban, pero no era sencillo averiguar la pureza de su sangre.
Los padres del príncipe, viejos y expertos, viejos y mañosos, siempre descubrían algo de impureza, alguna cascarita de deshonra. Además, hasta el momento, ninguna había sobrevivido a las pruebas. Se alejaban espantadas, rascándose el pellejo.
Una noche de lluvia, con las zapatillas en la mano, una princesa se acercó al castillo y tocó con un tacón. Tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo. La princesa tocó hasta casi quebrar el tacón. El viejo rey, en zapatillas y gorrito de dormir, abrió. Bostezando y restregándose los ojos, explicó que el portero había solicitado vacaciones.
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