jueves, 25 de marzo de 2010

El lejano país de mis sueños (Karen Muñoz Gaitán)


Erase una vez, una hermosa niña que cobijaba en su estrecha cama, soñaba que sus seis hermanos que acompañaban su lecho eran hermosos corceles que guiaban su carroza y su padre un humilde campesino que era el generoso Rey, adinerado, culto y apuesto, que guiaba un gigantesco país en donde abundaba la tolerancia, el respeto por todo y por todos. Lamentablemente Margarita la niña de los sueños no podía contemplar a su madre en sus sueños, su madre había fallecido cuando Margarita era muy pequeña.

Pero una noche como cualquier otra Margarita cerró sus ojos. Su madre acompañaba sus sueños, de la mano estaba su padre y sus seis hermanos, el Rey tenía una reina y sus corceles cobraban vida, eran niños saludables y felices. De repente su pobre casa era un enorme palacio, su cama ya no era pequeñita y no la compartía con sus seis hermanos, cada uno tenía una glamurosa habitación, cada uno tenía vestidos de cambio para cada día, cada uno comía en una lujosa vajilla decorada con los más exquisitos platos. Contaban con servidumbre que les evitaba los penosos trabajos que tenían en la cotidianidad, y lo que más le gustaba a Margarita de su sueño era saber que vecinos de los demás palacios vivían en iguales o mejores condiciones, que tocaban la puerta no para cobrarle ni para ofender a su padre el Rey, sino para alegrarlo por su generosidad y su corazón noble. Al rey lo invitaban a grandes fiestas y a disfrutar de ricos banquetas de un momento a otro.

La reina paseaba con Margarita por el jardín rodeado de exquisitas flores, y ella le decía a Margarita: ¿no extrañas dormir bajo el calor de tus seis hermanos?, ¿no desearías que el rey no tuviese tanto trabajo y pudiera dormir también a tu lado? ¿acaso toda esta opulencia llena tu corazoncito mi niña?, yo me encuentro en un lugar muy parecido al de tus sueños pero hoy le he pedido al rey de mi reino que me permitiera por unas pocas horas sentir tu aroma, las caricias de tus hermanos y la melodiosa voz de tu padre, que aunque no era cuantificable para mí era mi mayor riqueza y mi más grande fortuna.

La reina se despidió con una gran sonrisa que iluminó el rostro de Margarita mientras abría sus enormes ojos, entonces sintió que aquella luz no era más que el rayo de sol que entraba por su ventana, de repente brincó por encima de sus hermanos y a todos les dio un beso. Corrió a abrazar a su padre que como todas las mañanas disponía de 7 platos con 7 arepas y un humeante pocillo de agua de panela.

Ese día más que ningún otro, Margarita entendió las palabras de su madre y le pidió que cada uno de sus hermanos compartiera una porción con su padre. Se sentaron a desayunar juntos y luego se fundieron en el más fuerte abrazo, Margarita juro amar a su padre y a sus hermanos y trabajar de su mano para algún día poder cumplir sus sueños, los de su padre y sus hermanos. Y colorín colorado este cuento se ha acabado…

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